sábado, 25 de septiembre de 2021

Cazadores de brujas

Lo que hasta el siglo XV había solo una creencia de que ciertas personas tenían poderes sobrenaturales, el fervor popular lo convertirá en un hecho: se comenzó a decir que las brujas habían hecho un pacto con el diablo. Esto desato una cacería que se extendió hasta el siglo XVIII.

La evidencia necesaria para condenar a una bruja variaba según el país. No se requería de muchas pruebas, sino que bastaba con la acusación de alguien, con haber tenido una relación cercana con otras brujas o con algún miembro de la familia del acusado fuera una bruja confesa. Otras causas que inculpaban a las incriminadas eran la blasfemia, la participación en ritos y la posesión de elementos vinculados a la práctica de la hechicería o magia negra.

Los encargados de atrapar a estas brujas eran mercenarios que podían detectar actividad paranormal a cambio de una bolsa de oro. En general, un buen cazador era experto en demonología, es decir, la ciencia que se encarga de estudiar a los demonios. Este conocimiento le permitía identificar las marcas que satanás había dejado en las brujas. Se trataba de una especie de "sello" que el diablo imponía en sus seguidores para identificarlos. Generalmente, consistía en un lunar, una cicatriz o alguna marca de nacimiento. Incluso, algunos cazadores podían detectar marcas invisibles al ojo humano, lo cual les permitía, en muchas oportunidades, culpar a personas inocentes sin tener que dar explicaciones.

Lamentablemente, mucha gente murió en estas cacerías. No solo mujeres, sino hombres y niños también.







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